Max de Esteban
ZZ. ¿Qué te condujo a la apropiación y remix y qué sentido tiene en tu trabajo?
M. La apropiación y el remix tienen una larga tradición artística, empezando por los collages de Picasso. En fotografía, Hannah Hoch y los dadaístas ya en los años 20 crearon piezas importantísimas con este modo de expresión. En la música, por ejemplo, desde los DJs y el Pop actuales hasta Glenn Gould o Miles Davis, la práctica del remix, el collage y la apropiación forman parte esencial de su producción. Lo que quiero decir es que como concepto artístico la apropiación y el remix es algo normalizado y no especialmente rompedor.
La pregunta interesante es por qué ahora, en fotografía, hay una reivindicación de su potencia estética. Y creo que una posible respuesta sería la combinación del agotamiento formal de la perspectiva lineal como representación fotográfica del mundo y el inmenso impacto que la digitalización está teniendo en todos los aspectos de nuestra vida. Yo contestaría a tu pregunta dándole la vuelta y diciendo que se me hace difícil pensar en una fotografía verdaderamente relevante para el mundo en que vivimos que siga respetando la estructura euro-céntrica y reaccionaria de la cámara oscura.
ZZ. ¿A qué te refieres con euro-céntrica y reaccionaria?
M. La perspectiva lineal, que es la estructura visual que resulta de la cámara oscura, es una forma de visualizar el mundo muy particular e ideológica. Panofsky tiene un texto al respecto del año 27, un verdadero clásico, que es un placer de leer.
Pero lo verdaderamente destacable es que es una excepción en la historia del arte. En 10,000 años de historia la perspectiva lineal corresponde únicamente a 500 años y localizados exclusivamente en occidente. Al arte asiático nunca le ha interesado, ni al arte pre-colombino, ni al arte africano…es la forma de ver Europea en un periodo que empieza en el Renacimiento y acaba en el siglo XIX. Y no es casualidad porque su contenido ideológico es bien conocido. La perspectiva lineal ordena el mundo desde el punto de vista de un individuo autónomo cuya individualidad es el principio de sentido del mundo. Es puro Descartes.
Y todos recordamos su Quinta Meditación que plantea que, siendo la esencia de la materia su extensión, la geometría es el instrumento esencial para comprender la naturaleza. La Modernidad se podría definir como el proceso de avance de la abstracción y del dominio de lo cuantitativo sobre lo cualitativo donde el orden matemático-cientifista se afirma como única fuente de conocimiento válido. Hay tanto pensamiento contemporáneo que desenmascara esta narrativa que considero innecesario repetirlo aquí.
Por todo ello, sorprendentemente, mi comentario anterior sigue siendo relevante. ¿Por qué la fotografía digital debe seguir dando prioridad a una estructura visual funcional e ideológicamente amortizada?
ZZ. ¿Porqué consideras que el digital cambia la forma de entender la apropiación y el remix?
M. Las tecnologías digitales nos están conduciendo hacia la transformación radical de nuestro mundo. Sustituyendo la economía industrial por un régimen bio-cibernético, la digitalización modifica nuestro entorno, nuestras subjetividad y pronto, nuestros cuerpos. Es el fenómeno tecnológico que definirá nuestra era y, por tanto, nuestra cultura.
El archivo digital, a diferencia del analógico, es un archivo invisible. Es un código cuya expresión visual es una traducción altamente mediatizada por algoritmos predeterminados y su característica más destacada es precisamente su inmaterialidad.
Esta estructura técnica está en consonancia con nuestro tiempo de abstracción y no-referencialidad y con la financialización digital de la economía. ¿Cómo vemos hoy el mundo? La respuesta la tenemos en las pantallas de nuestros ordenadores y smartphones. ¿Cuál es el aspecto esencial de la economía financiera? La recombinación de unidades de información ya existentes para crear nueva información, el “constructive compositing”. La digitalización ha invalidado definitivamente la narrativa lineal, la perspectiva monocular y la “autoridad” del autor.
ZZ. En tu trabajo das mucha importancia al concepto de tecnología. ¿Puedes explicarnos las razones?
M. Vamos hacia un mundo como “totalidad tecnológica”. La manipulación técnica ha invadido ya nuestro cuerpo, la última frontera, y a nadie le cabe duda de que en breve llevaremos incorporadas máquinas dentro de nuestro cuerpo cómo algo cotidiano.
El cyborg plantea las cuestiones más complejas para nuestra especie que, aunque algo desmejorada, sigue manteniendo la autonomía del sujeto como un valor esencial.
Abstracción, digitalización y cyborg son tres caras de la misma moneda que anuncia, nos guste o no, nuestro nuevo mundo. En mi opinión la reflexión sobre la tecnología es necesaria, urgente y políticamente esencial.
ZZ. ¿Y cómo crees que afecta la tecnología a la práctica fotográfica?
M. Quizás debería hacer primero una consideración. Uno de los problemas de la fotografía es la confusión entre tecnología y uso. La escritura es una tecnología de comunicación que sirve tanto para escribir un contrato mercantil como un poema de Virgilio. Es la misma tecnología pero nadie confunde a Virgilio con un notario. En fotografía tendemos a mezclar los usos, lo que crea una confusión enorme en los discursos críticos. Yo me estoy refiriendo en toda esta entrevista al uso de la fotografía como modo de expresión artístico.
Pues bien, la fotografía ha estado siempre a medio camino del cyborg. Es una máquina que afecta y hasta cierto punto determina la potencia, el pensamiento y la expresión humana y por tanto es un medio idóneo para reflexionar sobre los temas que he mencionado antes.
Pongamos un caso: ¿Como presentar visualmente la abstracción de la economía donde los referentes materiales de riqueza se han sustituido por un código binario? Este es el trabajo en el que estoy metido ahora mismo y que me obliga a repensar lo que “representación” significa en este nuevo régimen visual.
Otro ejemplo: ¿Cómo afecta a las categorías del arte la idea misma del cyborg? Este es el tema al que intento hincar el diente en el texto Cyborg Art: Arte en la era bio-cibernética. Y así mil posibles ideas que convierten a la fotografía en un medio apasionante en este momento histórico particular. Ahora bien, si la práctica fotográfica no acepta el reto que la contemporaneidad le plantea quedará relegada a la banalidad y el anticuario.
ZZ. ¿Cómo eliges las fuentes que utilizas y qué significados aportan a tus series?
M. Como casi todo en la vida, es una combinación de determinación y casualidad. En mi caso, un exceso de planificación y/o reflexión en mi trabajo me produce parálisis y los sueños, o mejor, las ensoñaciones tienen una importancia capital.
Mi último proyecto se llama Código Binario y pretende dar expresión visual a un mundo donde la base de datos y el algoritmo determinan la realidad última, incluida la naturaleza. Es en esencia el fin de la naturaleza tal cómo la conocemos.
Y, por alguna razón que no acierto a explicar, toda la serie son imágenes de mujeres y silos industriales. Podría ser porque mis archivos están llenos de estas imágenes que me han fascinado siempre pero también podría intentar justificarlo como acabamiento de un símbolo primordial donde la mujer y el útero ya no son símbolos relevantes para representar la fecundidad, la reproducción, la belleza o la naturaleza.
Me gustaría comentar un aspecto para mí importante. Los criterios con los que el artista selecciona el objeto “apropiado” pueden ser diversos pero la relación entre artista y objeto nunca es unívoca. El artista es sólo una de las partes. El objeto se rebela, lucha por su naturaleza real, reacciona a la manipulación y la boicotea. El objeto-signo mantiene parte de su naturaleza original por mucho que luches contra ella. Es esa negociación entre idea y realidad la que creo hace de la apropiación algo tan interesante.
ZZ. ¿Cómo incide en la narrativa y temporalidad de tus imágenes tener fuentes con orígenes diversos?
M. Nada tiene orígenes diversos. Nuestro único acceso a lo real son las matemáticas, y la física cuántica ha hecho desaparecer el tiempo como elemento explicativo del comportamiento de las partículas elementales. Arrancar de la fotografía la narrativa y la temporalidad es un objetivo noble y necesario.
Narrativa y temporalidad se pueden analizar desde muchas perspectivas. Por ejemplo, para el arte Cyborg el tiempo es irrelevante ya que puede acumular y eliminar modificaciones de su código infinitamente y por tanto no existen original ni copia. Otro ejemplo menos visionario sería la forma en que hoy vivimos Internet, saltando de un hipervínculo a otro, rompiendo la estructura narrativa original de un texto. La narrativa como mecanismo y fuente de verdad sigue funcionando sólo en Hollywood.
Pero el tema es complejo porque con narrativa y temporalidad en realidad de lo que estamos hablando es de la cuestión de significado. Refutar la narrativa es resistirse al significado determinado que permita la redención (aquí me estoy refiriendo a un conocido ensayo de Adorno sobre Beckett). Eludiendo la narrativa se impide el acceso al mundo confortable de la historia y la fábula.
En Código Binario no hay narrativa. Son puros objetos visuales que pretenden reivindicar su significado en su particularidad material. El código binario, desde su abstracción máxima, crea objetos cuya significación no proviene del código si no de su materialidad. El desencantamiento de la naturaleza moderna, su no-significado, no impide que la naturaleza hable en nuestros cuerpos, en nuestros deseos, sufrimientos y necesidades. Este proyecto, al reivindicar el objeto, reivindica el retorno a un materialismo estético (eso sí, actualizado).
Si lo piensas un poco quizás sea hora de reivindicar también al dios azteca Ometeotl como símbolo contemporáneo. Ometeotl, dios inmanente, invisible e inmaterial que no tenía templo, es creador de todas las dualidades (y por tanto anterior a ellas): tiempo y espacio, masculino y femenino, dia y noche, materia y espíritu, cero y uno. Es el creador de todo. Ometeotl es el código binario.
ZZ. ¿Qué te condujo a la apropiación y remix y qué sentido tiene en tu trabajo?
M. La apropiación y el remix tienen una larga tradición artística, empezando por los collages de Picasso. En fotografía, Hannah Hoch y los dadaístas ya en los años 20 crearon piezas importantísimas con este modo de expresión. En la música, por ejemplo, desde los DJs y el Pop actuales hasta Glenn Gould o Miles Davis, la práctica del remix, el collage y la apropiación forman parte esencial de su producción. Lo que quiero decir es que como concepto artístico la apropiación y el remix es algo normalizado y no especialmente rompedor.
La pregunta interesante es por qué ahora, en fotografía, hay una reivindicación de su potencia estética. Y creo que una posible respuesta sería la combinación del agotamiento formal de la perspectiva lineal como representación fotográfica del mundo y el inmenso impacto que la digitalización está teniendo en todos los aspectos de nuestra vida. Yo contestaría a tu pregunta dándole la vuelta y diciendo que se me hace difícil pensar en una fotografía verdaderamente relevante para el mundo en que vivimos que siga respetando la estructura euro-céntrica y reaccionaria de la cámara oscura.
ZZ. ¿A qué te refieres con euro-céntrica y reaccionaria?
M. La perspectiva lineal, que es la estructura visual que resulta de la cámara oscura, es una forma de visualizar el mundo muy particular e ideológica. Panofsky tiene un texto al respecto del año 27, un verdadero clásico, que es un placer de leer.
Pero lo verdaderamente destacable es que es una excepción en la historia del arte. En 10,000 años de historia la perspectiva lineal corresponde únicamente a 500 años y localizados exclusivamente en occidente. Al arte asiático nunca le ha interesado, ni al arte pre-colombino, ni al arte africano…es la forma de ver Europea en un periodo que empieza en el Renacimiento y acaba en el siglo XIX. Y no es casualidad porque su contenido ideológico es bien conocido. La perspectiva lineal ordena el mundo desde el punto de vista de un individuo autónomo cuya individualidad es el principio de sentido del mundo. Es puro Descartes.
Y todos recordamos su Quinta Meditación que plantea que, siendo la esencia de la materia su extensión, la geometría es el instrumento esencial para comprender la naturaleza. La Modernidad se podría definir como el proceso de avance de la abstracción y del dominio de lo cuantitativo sobre lo cualitativo donde el orden matemático-cientifista se afirma como única fuente de conocimiento válido. Hay tanto pensamiento contemporáneo que desenmascara esta narrativa que considero innecesario repetirlo aquí.
Por todo ello, sorprendentemente, mi comentario anterior sigue siendo relevante. ¿Por qué la fotografía digital debe seguir dando prioridad a una estructura visual funcional e ideológicamente amortizada?
ZZ. ¿Porqué consideras que el digital cambia la forma de entender la apropiación y el remix?
M. Las tecnologías digitales nos están conduciendo hacia la transformación radical de nuestro mundo. Sustituyendo la economía industrial por un régimen bio-cibernético, la digitalización modifica nuestro entorno, nuestras subjetividad y pronto, nuestros cuerpos. Es el fenómeno tecnológico que definirá nuestra era y, por tanto, nuestra cultura.
El archivo digital, a diferencia del analógico, es un archivo invisible. Es un código cuya expresión visual es una traducción altamente mediatizada por algoritmos predeterminados y su característica más destacada es precisamente su inmaterialidad.
Esta estructura técnica está en consonancia con nuestro tiempo de abstracción y no-referencialidad y con la financialización digital de la economía. ¿Cómo vemos hoy el mundo? La respuesta la tenemos en las pantallas de nuestros ordenadores y smartphones. ¿Cuál es el aspecto esencial de la economía financiera? La recombinación de unidades de información ya existentes para crear nueva información, el “constructive compositing”. La digitalización ha invalidado definitivamente la narrativa lineal, la perspectiva monocular y la “autoridad” del autor.
ZZ. En tu trabajo das mucha importancia al concepto de tecnología. ¿Puedes explicarnos las razones?
M. Vamos hacia un mundo como “totalidad tecnológica”. La manipulación técnica ha invadido ya nuestro cuerpo, la última frontera, y a nadie le cabe duda de que en breve llevaremos incorporadas máquinas dentro de nuestro cuerpo cómo algo cotidiano.
El cyborg plantea las cuestiones más complejas para nuestra especie que, aunque algo desmejorada, sigue manteniendo la autonomía del sujeto como un valor esencial.
Abstracción, digitalización y cyborg son tres caras de la misma moneda que anuncia, nos guste o no, nuestro nuevo mundo. En mi opinión la reflexión sobre la tecnología es necesaria, urgente y políticamente esencial.
ZZ. ¿Y cómo crees que afecta la tecnología a la práctica fotográfica?
M. Quizás debería hacer primero una consideración. Uno de los problemas de la fotografía es la confusión entre tecnología y uso. La escritura es una tecnología de comunicación que sirve tanto para escribir un contrato mercantil como un poema de Virgilio. Es la misma tecnología pero nadie confunde a Virgilio con un notario. En fotografía tendemos a mezclar los usos, lo que crea una confusión enorme en los discursos críticos. Yo me estoy refiriendo en toda esta entrevista al uso de la fotografía como modo de expresión artístico.
Pues bien, la fotografía ha estado siempre a medio camino del cyborg. Es una máquina que afecta y hasta cierto punto determina la potencia, el pensamiento y la expresión humana y por tanto es un medio idóneo para reflexionar sobre los temas que he mencionado antes.
Pongamos un caso: ¿Como presentar visualmente la abstracción de la economía donde los referentes materiales de riqueza se han sustituido por un código binario? Este es el trabajo en el que estoy metido ahora mismo y que me obliga a repensar lo que “representación” significa en este nuevo régimen visual.
Otro ejemplo: ¿Cómo afecta a las categorías del arte la idea misma del cyborg? Este es el tema al que intento hincar el diente en el texto Cyborg Art: Arte en la era bio-cibernética. Y así mil posibles ideas que convierten a la fotografía en un medio apasionante en este momento histórico particular. Ahora bien, si la práctica fotográfica no acepta el reto que la contemporaneidad le plantea quedará relegada a la banalidad y el anticuario.
ZZ. ¿Cómo eliges las fuentes que utilizas y qué significados aportan a tus series?
M. Como casi todo en la vida, es una combinación de determinación y casualidad. En mi caso, un exceso de planificación y/o reflexión en mi trabajo me produce parálisis y los sueños, o mejor, las ensoñaciones tienen una importancia capital.
Mi último proyecto se llama Código Binario y pretende dar expresión visual a un mundo donde la base de datos y el algoritmo determinan la realidad última, incluida la naturaleza. Es en esencia el fin de la naturaleza tal cómo la conocemos.
Y, por alguna razón que no acierto a explicar, toda la serie son imágenes de mujeres y silos industriales. Podría ser porque mis archivos están llenos de estas imágenes que me han fascinado siempre pero también podría intentar justificarlo como acabamiento de un símbolo primordial donde la mujer y el útero ya no son símbolos relevantes para representar la fecundidad, la reproducción, la belleza o la naturaleza.
Me gustaría comentar un aspecto para mí importante. Los criterios con los que el artista selecciona el objeto “apropiado” pueden ser diversos pero la relación entre artista y objeto nunca es unívoca. El artista es sólo una de las partes. El objeto se rebela, lucha por su naturaleza real, reacciona a la manipulación y la boicotea. El objeto-signo mantiene parte de su naturaleza original por mucho que luches contra ella. Es esa negociación entre idea y realidad la que creo hace de la apropiación algo tan interesante.
ZZ. ¿Cómo incide en la narrativa y temporalidad de tus imágenes tener fuentes con orígenes diversos?
M. Nada tiene orígenes diversos. Nuestro único acceso a lo real son las matemáticas, y la física cuántica ha hecho desaparecer el tiempo como elemento explicativo del comportamiento de las partículas elementales. Arrancar de la fotografía la narrativa y la temporalidad es un objetivo noble y necesario.
Narrativa y temporalidad se pueden analizar desde muchas perspectivas. Por ejemplo, para el arte Cyborg el tiempo es irrelevante ya que puede acumular y eliminar modificaciones de su código infinitamente y por tanto no existen original ni copia. Otro ejemplo menos visionario sería la forma en que hoy vivimos Internet, saltando de un hipervínculo a otro, rompiendo la estructura narrativa original de un texto. La narrativa como mecanismo y fuente de verdad sigue funcionando sólo en Hollywood.
Pero el tema es complejo porque con narrativa y temporalidad en realidad de lo que estamos hablando es de la cuestión de significado. Refutar la narrativa es resistirse al significado determinado que permita la redención (aquí me estoy refiriendo a un conocido ensayo de Adorno sobre Beckett). Eludiendo la narrativa se impide el acceso al mundo confortable de la historia y la fábula.
En Código Binario no hay narrativa. Son puros objetos visuales que pretenden reivindicar su significado en su particularidad material. El código binario, desde su abstracción máxima, crea objetos cuya significación no proviene del código si no de su materialidad. El desencantamiento de la naturaleza moderna, su no-significado, no impide que la naturaleza hable en nuestros cuerpos, en nuestros deseos, sufrimientos y necesidades. Este proyecto, al reivindicar el objeto, reivindica el retorno a un materialismo estético (eso sí, actualizado).
Si lo piensas un poco quizás sea hora de reivindicar también al dios azteca Ometeotl como símbolo contemporáneo. Ometeotl, dios inmanente, invisible e inmaterial que no tenía templo, es creador de todas las dualidades (y por tanto anterior a ellas): tiempo y espacio, masculino y femenino, dia y noche, materia y espíritu, cero y uno. Es el creador de todo. Ometeotl es el código binario.
Aula de Creación Visual
Hamza lleva casi tres años en Catalunya, proviene de Alger, capital de Algeria.
“La verdad es que no sé cuánto tiempo voy a estar aquí, depende del destino, podría irme ya y podría quedarme hasta… no sé, la verdad es que no lo sé…”
“La cosa que me hizo cambiar de país es que quería cambiar, yo mismo quería cambiar. Yo estaba en un mal camino y quería cambiar de costumbre, de amigos, de todo un poco, porque iba en el mal camino. (…) Llegué aquí desde Marsella en tren. Salí a la rambla y era viernes por la noche, había todo el mundo allí, y había fiesta y no sé qué más había y pensé uauu! Pensé que era fantástico…”
“Claro que regresaría un día a mi país, pero aún no. Porque tengo todo ahí, mi familia, es mi tierra y mi país, tengo que estar ahí, tienen que enterrarme en Argelia, ¿sabes?”
Gerson es un joven de Ciudad de Guatemala. Empezó a trabajar como modelo e interiorista, pero para poder prosperar tenía que cambiar de país.
“Dejé mi país porque no se puede salir adelante allá, el país es muy pobre y no se puede. Creo que aquí, buscando ayuda, podría salir adelante. (…) No vine aquí como inmigrante porque traía los papeles en orden, me vine en avión y todo muy bonito, demasiado bonito. (…). Solo echo de menos a mi familia, pero para salir adelante uno tiene que hacer cosas a veces, por eso estoy aquí.”
“Elegí España porque en Estados Unidos como que siguen más a los inmigrantes, y es como más difícil estar allá, por eso vine acá a España. (…) Mi futuro aquí es buscar trabajo, buscar formas para mejorar mi vida y poder traer mi familia aquí.”
Julián es de la pequeña ciudad de Dosquebradas, uno de los principales núcleos industriales de Colombia.
“La verdad es que de donde yo venía es muy peligroso, me mantenía envuelto en cosas raras y me iban a matar, y por eso me cambié de país. (…) Pues en Catalunya llevo dos, tres años, y un año y medio encerrado. No sé hasta cuándo me voy a quedar, pues cuando salga, a ver qué hago.”
“Uff, lo que más recuerdo de mi país es mi gente, mi familia, mis hermanos y la rumba, ¡uy! es lo que más. (…) No me lo pensaría dos veces, regresaría a mi país porque tengo toda mi familia allá, y a más ya pasó el peligro y me hace mucha falta Colombia, sí que regresaría…”
Mahmoud nació en Dakar, la capital de Senegal, y lleva 6 años en Catalunya
“Cambié de país por muchos motivos. Pensaba que cuando estuviera en España podría tener dinero, ayudar a mi familia, estas cosas. (…) Llegué en patera desde Mauritania hasta Tenerife. Cuando llegué me cogieron porque era menor, tenía 16 años, y me metieron en un centro de menores hasta los 18. (…) Yo llegué a Europa para tener un trabajo, tener un dinerito para poder ayudar a mi familia, para cambiar sus vidas y como están viviendo ahora allí, que es muy duro. Esto es lo que yo pensaba…”
“Éramos 93 personas en barco, pero no grande, tardamos 6 días para llegar a Tenerife. Yo nunca había estado en el mar ni nada, yo estaba vomitando mareado y todo. Había gente que estaba casi a punto de morir, pero llegaron todos. (…) Yo pensaba que era un barco, no un esto, un cayuco. Yo cuando pagué mi dinero me dijeron que era un barco, pagué 1.200 euros.”
“Yo vi mucha gente que vivía en Europa 5 años y luego volvían a mi país y tenían sus casas, sus coches, y yo digo: ¿de dónde sacan esta gente este dinero? Yo tiro aquí 20 años trabajando y no puedo tener ni una casa, pues, a ver cómo es Europa.”
Ismael nació en la capital de Ecuador, Quito, pero hace ya nueve años que vive en la ciudad de Hospitalet.
“Mi mamá me trajo para acá, yo no sabía, me vine chiquito y aquí estoy. (…) En estos momentos no regresaría a mi país, si regreso será de vacaciones. No volvería hasta que esté más viejo para morirme allá y quedarme ya siempre allá.”
“Cuando llegué aquí no me parecía nada fácil, veía a mi mama que trabajaba, trabajaba mucho, y aún lo sigue haciendo. Y no, de pequeñito no veía que la vida y la calle fuera fácil. (…) Siempre viví en Hospitalet, mi barrio es conflictivo como todo barrio, siempre había algo bueno. (…) Recuerdo estar en el colegio y fueron a buscar a uno y le cayeron a botellazos y no lo dejaron salir de la puerta de la entrada, todo el mundo tirando botellas ahí…”
Yassine no habla prácticamente castellano. Hace sólo tres meses que está en Catalunya. Su historia de cómo la vida lo llevó a Europa es la más singular de las que nos encontramos en este ejercicio.
Sáhara, como todo el mundo llama a Yassine en la Cárcel de Jóvenes, nació en Dajla, una capital de provincia de la antigua colonia española del Sahara Occidental, hoy ocupada por el reino de Marruecos.
En contra de su voluntad, con 15 años Yassine se fue a Marruecos para cursar estudios superiores, pero su apoyo a la independencia del Sáhara le generó graves problemas con la autoridad alauita y estuvo encerrado 8 meses en una cárcel marroquí. Cuando quedó en libertad, su familia puso todo de su parte para sacarlo del país, hasta lograr, previo pago, un falso visado marroquí para poder ir a Europa.
Romeo es dominicano, pero la mayor parte de su vida la ha pasado en el estado español.
“En realidad vine con ochos años y, por lo tanto, no podía decidir para dónde ir, es decir, me trajo mi madre. (…) Llevo en total aquí en Catalunya 11 años, y la verdad, no pensé para cuánto tiempo quedarme…”
“Echo de menos el país entero, y especialmente la comida dominicana. El arroz con bandule, leche de coco y chuletas… o la “bandera dominicana”, arroz, habichuelas y carne. (…) La vida en la República Dominicana depende, hay personas que lo pasan mal porque tienen muy muy muy poco dinero, y hay personas que lo pasan demasiado demasiado bien.”
Edwin vino de vacaciones a España en 2001 a visitar a su madre, y nunca regresó a Colombia.
“Nací en Colombia, soy colombiano. Mis padres emigraron cuando yo era pequeño, y ese fue el porqué yo me vine. (…) Me pensaba que España era más a lo grande, que era un país con más dinero. No el paraíso, pero cuando llegas aquí es muy diferente todo, ¿sabes?, te tienes que adaptar a una nueva cultura, una nueva forma de vivir distinta. Todo se te hace más raro, pero poco a poco te adaptas. (…) En Colombia hay mucha pobreza, pero la gente es muy alegre y se conforma con vivir con poco, muy humilde la gente.”
“Demasiadas muertes, todavía no se sabe cuándo va a acabar. Es un conflicto interno del país, entre los mismos colombianos. Está la guerra de las guerrillas, está la guerra del narcotráfico, la guerra de los sicarios, hay muchas guerras y no se acaban. Es un país de los más inseguros del mundo, aunque es un país muy bonito, a cualquiera que no lo conozca le diría que fuera.”
“Los presidentes de mi país no son que digamos… correctos, son todos unos corruptos. O sea que es muy difícil que haya justicia si hoy en día los políticos están todos cortados con la misma tijera.”
“Yo qué sé, por ejemplo aquí vas a escuchar un petardo, ¡poff! En Colombia no va a sonar un petardo, cuando suena un ¡poff!, la gente ya sabe que ha sonado un disparo y eso es que han matado a alguien. La gente ya sabe que ha muerto alguien, ¿entiendes?”
Samir partió de Alger, el mayor puerto del norte de África, hace casi diez años.
“Vine en un camión dentro de un barco y así llegué. Llegué a Almería y, como era pequeño, menor de edad, estuve en un centro de menores, y a partir de allí, he seguido así más o menos, en centros de menores y tal. (…) Olía algo raro este país, en serio, ¡eh! Tampoco nada malo, pero yo olía algo raro, no es como en mi país el típico olor que hay, es diferente.”
“Los recuerdos que tengo eran de cuando era chiquitito y jugaba con los amigos y tal, el barrio, la familia… (…) Con el tiempo sí que regresaría, porque es mi país, donde he nacido, donde tengo todo, donde tengo mi gente. Pero todavía no vuelvo. Todavía no tengo arreglada la vida ni aquí ni allá, entonces hasta que no haga mi vida y tal y cual, nada. Yo he venido para eso, para ganarme la vida y tal y cual. He llegado joven y ahora me toca trabajar, eso es lo que quiero.”
Andrés abandonó Colombia a los 10 años de edad. Ha pasado los últimos 10 en Catalunya.
“Bueno, yo vine para acá por mi madre. Ella llevaba de estar aquí unos 4 años. Pues ella me dijo que la vida sería mucho mejor, que estudiaría y que lo tendría todo, que tendría un futuro mejor, ya que aquí estaban mejor las cosas, tanto de trabajo como todo en general.”
“Echo de menos todo, en parte todo. Mi familia, las fiestas, la comida, las mujeres, las playas, ¡oh! Un poco de todo en general. La cultura y el ambiente allí es más festivo en general.”
Albert es un preso de 21 años nacido en el Maresme, en Premià de Mar.
“Me encanta mi pueblo. La gente siempre te ayuda, cualquier cosa te ayudan. Si vas a otros lugares la gente no es de esta manera. (...) Uf, mi vida allí era un desfase, me pasaba todo el día fumando y fumando y fumando ... No paraba de fumar y se me iba la cabeza, pero era fantástico.”
“Antiguamente nos juntábamos todos en mi casa, a veces éramos 15 o 20 personas en una habitación jugando a la consola y fumando. Un día mi padre vino y dijo: "¡¿Qué es esto, un burdel o que?!" ¡Todo el mundo fuera! Cuando empezaba a salir la gente, empezaba a poner la mano sobre las cabezas de las personas y fue contando 1 ... 2 ... 3 ... Nos pegó una bronca increíble, pero me lo pasé muy bien"
“Cuando salga, cuando salga... lo que me gustaría es hacer un curso de jardinería o auxiliar de enfermería, tener un trabajo e ir ahorrando céntimos, para más adelante comprarme una casa en medio de la montaña. Después vivir allí, olvidarme de la gente y estar más tranquilo...”
Silva nació en el norte de Brasil aunque se crió en Sao Paulo. Él nunca tuvo intención de estar en nuestro país.
“Un mal del destino, yo me iba a Turquía, no, en Turquía hacía escala, me iba a Japón a llevar una cosa que tenía. Por casualidad de la vida, pasé por aquí y algo salió mal y aquí estoy. Pero no es porque quiero, ni porque he buscado estar en España, simplemente aquí estoy, mala suerte.”
“No te puedo decir la impresión del pueblo español porque yo no estuve en la calle, ¿sabes? De momento aquí mi impresión es la cárcel. Me pensaba que era muy peligroso, rollo la cárcel de mi país, que la gente se mataba y eso. Y no, totalmente distinto, está todo muy tranquilo. (…) Cuando llegué a la Trinidad tuve un problema con un marroquí, y yo pensaba que tenía que matarme a puñaladas con él para ganarme el respeto. Tenía la mentalidad de mi país, ¿sabes? Y no, simplemente nos tuvieron que encerrar y ya. (…) Es muy diferente a mi país. Caí preso a los 17 en un centro de menores ahí, y en la primera pelea ya me apuñalaron. Después tuve que apuñalarle para ganarme el respeto. Solo estuve cinco meses y me apuñalaron, me llevaron desmayado a la enfermería, otra vez me partieron la cabeza… ¡Y en cinco meses!”
“Siempre se regresa a la tierra de donde uno vino. Está claro, tengo mucho camino atrasado, por eso tengo que volver con mi familia, con mis raíces.”
En la cárcel de Jóvenes de Catalunya, el 75% de los presos son inmigrantes de fuera de Europa, según datos oficiales. Del 25% restante, la mitad son europeos de origen extracomunitario. Entonces, nos encontramos con un dato aplastante dentro de la cárcel de Jóvenes de Cataluña: el 87,5% de los presos es de origen extranjero, casualmente, el colectivo con menos recursos económicos de nuestra sociedad.
Estas imágenes no tienen autor. Es casi imposible saber quién es el creador de cada uno de estos negativos de 6cm x 6cm, porque las 12 sesiones fotográficas en las que se hicieron las imágenes se desarrollaron en lo que, desde fuera, podría parecer un gran caos. Los fotógrafos se alternaban detrás de la cámara Bronica, hacían dos o tres tomas a presos de diferentes orígenes, y en pocos segundos aparecía un nuevo ojo detrás del visor. El resto del grupo medía la luz, movía focos o daba ideas al modelo. Cuando se terminaba el carrete, se terminaba la sesión.
Hacer un proyecto de retratos de medio formato no pretende ser la réplica fiel de la gran multiculturalidad que hay tras de los muros de nuestras cárceles. Este proyecto fue una simple excusa para juntar durante un rato a chicos de diferentes orígenes en un improvisado plató fotográfico, y hablar. Hablar de sus historias, de sus viajes, de sus recuerdos, de sus tierras. Testimonios que nos enseñan que el mundo no es blanco y negro, que no hay buenos y malos, sino que todo, por suerte, es más complejo.
Estas fotos y vídeos son el resultado de dejar medio olvidadas una cámara fotográfica y otra de vídeo encima de una mesa mientras se realizaba el proyecto “12×12 Migración y cárceles”. Cualquier interno que se encontrara desocupado, y con ánimos, podía coger la cámara y documentar lo que sucedía a su alrededor sin pretensión ninguna.
El resultado son estas imágenes que nos ilustran algunos mementos de cómo es el proceso de creación dentro de una cárcel. En un improvisado plató fotográfico, en la única aula casualmente vacía de la escuela de la Cárcel de Jóvenes de Catalunya, los mismos presos habían decidido realizar una serie de retratos psicológicos a internos de diferentes orígenes para mostrar que casi el 90% de internos es de origen migrante.
Hamza lleva casi tres años en Catalunya, proviene de Alger, capital de Algeria.
“La verdad es que no sé cuánto tiempo voy a estar aquí, depende del destino, podría irme ya y podría quedarme hasta… no sé, la verdad es que no lo sé…”
“La cosa que me hizo cambiar de país es que quería cambiar, yo mismo quería cambiar. Yo estaba en un mal camino y quería cambiar de costumbre, de amigos, de todo un poco, porque iba en el mal camino. (…) Llegué aquí desde Marsella en tren. Salí a la rambla y era viernes por la noche, había todo el mundo allí, y había fiesta y no sé qué más había y pensé uauu! Pensé que era fantástico…”
“Claro que regresaría un día a mi país, pero aún no. Porque tengo todo ahí, mi familia, es mi tierra y mi país, tengo que estar ahí, tienen que enterrarme en Argelia, ¿sabes?”
Gerson es un joven de Ciudad de Guatemala. Empezó a trabajar como modelo e interiorista, pero para poder prosperar tenía que cambiar de país.
“Dejé mi país porque no se puede salir adelante allá, el país es muy pobre y no se puede. Creo que aquí, buscando ayuda, podría salir adelante. (…) No vine aquí como inmigrante porque traía los papeles en orden, me vine en avión y todo muy bonito, demasiado bonito. (…). Solo echo de menos a mi familia, pero para salir adelante uno tiene que hacer cosas a veces, por eso estoy aquí.”
“Elegí España porque en Estados Unidos como que siguen más a los inmigrantes, y es como más difícil estar allá, por eso vine acá a España. (…) Mi futuro aquí es buscar trabajo, buscar formas para mejorar mi vida y poder traer mi familia aquí.”
Julián es de la pequeña ciudad de Dosquebradas, uno de los principales núcleos industriales de Colombia.
“La verdad es que de donde yo venía es muy peligroso, me mantenía envuelto en cosas raras y me iban a matar, y por eso me cambié de país. (…) Pues en Catalunya llevo dos, tres años, y un año y medio encerrado. No sé hasta cuándo me voy a quedar, pues cuando salga, a ver qué hago.”
“Uff, lo que más recuerdo de mi país es mi gente, mi familia, mis hermanos y la rumba, ¡uy! es lo que más. (…) No me lo pensaría dos veces, regresaría a mi país porque tengo toda mi familia allá, y a más ya pasó el peligro y me hace mucha falta Colombia, sí que regresaría…”
Mahmoud nació en Dakar, la capital de Senegal, y lleva 6 años en Catalunya
“Cambié de país por muchos motivos. Pensaba que cuando estuviera en España podría tener dinero, ayudar a mi familia, estas cosas. (…) Llegué en patera desde Mauritania hasta Tenerife. Cuando llegué me cogieron porque era menor, tenía 16 años, y me metieron en un centro de menores hasta los 18. (…) Yo llegué a Europa para tener un trabajo, tener un dinerito para poder ayudar a mi familia, para cambiar sus vidas y como están viviendo ahora allí, que es muy duro. Esto es lo que yo pensaba…”
“Éramos 93 personas en barco, pero no grande, tardamos 6 días para llegar a Tenerife. Yo nunca había estado en el mar ni nada, yo estaba vomitando mareado y todo. Había gente que estaba casi a punto de morir, pero llegaron todos. (…) Yo pensaba que era un barco, no un esto, un cayuco. Yo cuando pagué mi dinero me dijeron que era un barco, pagué 1.200 euros.”
“Yo vi mucha gente que vivía en Europa 5 años y luego volvían a mi país y tenían sus casas, sus coches, y yo digo: ¿de dónde sacan esta gente este dinero? Yo tiro aquí 20 años trabajando y no puedo tener ni una casa, pues, a ver cómo es Europa.”
Ismael nació en la capital de Ecuador, Quito, pero hace ya nueve años que vive en la ciudad de Hospitalet.
“Mi mamá me trajo para acá, yo no sabía, me vine chiquito y aquí estoy. (…) En estos momentos no regresaría a mi país, si regreso será de vacaciones. No volvería hasta que esté más viejo para morirme allá y quedarme ya siempre allá.”
“Cuando llegué aquí no me parecía nada fácil, veía a mi mama que trabajaba, trabajaba mucho, y aún lo sigue haciendo. Y no, de pequeñito no veía que la vida y la calle fuera fácil. (…) Siempre viví en Hospitalet, mi barrio es conflictivo como todo barrio, siempre había algo bueno. (…) Recuerdo estar en el colegio y fueron a buscar a uno y le cayeron a botellazos y no lo dejaron salir de la puerta de la entrada, todo el mundo tirando botellas ahí…”
Yassine no habla prácticamente castellano. Hace sólo tres meses que está en Catalunya. Su historia de cómo la vida lo llevó a Europa es la más singular de las que nos encontramos en este ejercicio.
Sáhara, como todo el mundo llama a Yassine en la Cárcel de Jóvenes, nació en Dajla, una capital de provincia de la antigua colonia española del Sahara Occidental, hoy ocupada por el reino de Marruecos.
En contra de su voluntad, con 15 años Yassine se fue a Marruecos para cursar estudios superiores, pero su apoyo a la independencia del Sáhara le generó graves problemas con la autoridad alauita y estuvo encerrado 8 meses en una cárcel marroquí. Cuando quedó en libertad, su familia puso todo de su parte para sacarlo del país, hasta lograr, previo pago, un falso visado marroquí para poder ir a Europa.
Romeo es dominicano, pero la mayor parte de su vida la ha pasado en el estado español.
“En realidad vine con ochos años y, por lo tanto, no podía decidir para dónde ir, es decir, me trajo mi madre. (…) Llevo en total aquí en Catalunya 11 años, y la verdad, no pensé para cuánto tiempo quedarme…”
“Echo de menos el país entero, y especialmente la comida dominicana. El arroz con bandule, leche de coco y chuletas… o la “bandera dominicana”, arroz, habichuelas y carne. (…) La vida en la República Dominicana depende, hay personas que lo pasan mal porque tienen muy muy muy poco dinero, y hay personas que lo pasan demasiado demasiado bien.”
Edwin vino de vacaciones a España en 2001 a visitar a su madre, y nunca regresó a Colombia.
“Nací en Colombia, soy colombiano. Mis padres emigraron cuando yo era pequeño, y ese fue el porqué yo me vine. (…) Me pensaba que España era más a lo grande, que era un país con más dinero. No el paraíso, pero cuando llegas aquí es muy diferente todo, ¿sabes?, te tienes que adaptar a una nueva cultura, una nueva forma de vivir distinta. Todo se te hace más raro, pero poco a poco te adaptas. (…) En Colombia hay mucha pobreza, pero la gente es muy alegre y se conforma con vivir con poco, muy humilde la gente.”
“Demasiadas muertes, todavía no se sabe cuándo va a acabar. Es un conflicto interno del país, entre los mismos colombianos. Está la guerra de las guerrillas, está la guerra del narcotráfico, la guerra de los sicarios, hay muchas guerras y no se acaban. Es un país de los más inseguros del mundo, aunque es un país muy bonito, a cualquiera que no lo conozca le diría que fuera.”
“Los presidentes de mi país no son que digamos… correctos, son todos unos corruptos. O sea que es muy difícil que haya justicia si hoy en día los políticos están todos cortados con la misma tijera.”
“Yo qué sé, por ejemplo aquí vas a escuchar un petardo, ¡poff! En Colombia no va a sonar un petardo, cuando suena un ¡poff!, la gente ya sabe que ha sonado un disparo y eso es que han matado a alguien. La gente ya sabe que ha muerto alguien, ¿entiendes?”
Samir partió de Alger, el mayor puerto del norte de África, hace casi diez años.
“Vine en un camión dentro de un barco y así llegué. Llegué a Almería y, como era pequeño, menor de edad, estuve en un centro de menores, y a partir de allí, he seguido así más o menos, en centros de menores y tal. (…) Olía algo raro este país, en serio, ¡eh! Tampoco nada malo, pero yo olía algo raro, no es como en mi país el típico olor que hay, es diferente.”
“Los recuerdos que tengo eran de cuando era chiquitito y jugaba con los amigos y tal, el barrio, la familia… (…) Con el tiempo sí que regresaría, porque es mi país, donde he nacido, donde tengo todo, donde tengo mi gente. Pero todavía no vuelvo. Todavía no tengo arreglada la vida ni aquí ni allá, entonces hasta que no haga mi vida y tal y cual, nada. Yo he venido para eso, para ganarme la vida y tal y cual. He llegado joven y ahora me toca trabajar, eso es lo que quiero.”
Andrés abandonó Colombia a los 10 años de edad. Ha pasado los últimos 10 en Catalunya.
“Bueno, yo vine para acá por mi madre. Ella llevaba de estar aquí unos 4 años. Pues ella me dijo que la vida sería mucho mejor, que estudiaría y que lo tendría todo, que tendría un futuro mejor, ya que aquí estaban mejor las cosas, tanto de trabajo como todo en general.”
“Echo de menos todo, en parte todo. Mi familia, las fiestas, la comida, las mujeres, las playas, ¡oh! Un poco de todo en general. La cultura y el ambiente allí es más festivo en general.”
Albert es un preso de 21 años nacido en el Maresme, en Premià de Mar.
“Me encanta mi pueblo. La gente siempre te ayuda, cualquier cosa te ayudan. Si vas a otros lugares la gente no es de esta manera. (...) Uf, mi vida allí era un desfase, me pasaba todo el día fumando y fumando y fumando ... No paraba de fumar y se me iba la cabeza, pero era fantástico.”
“Antiguamente nos juntábamos todos en mi casa, a veces éramos 15 o 20 personas en una habitación jugando a la consola y fumando. Un día mi padre vino y dijo: "¡¿Qué es esto, un burdel o que?!" ¡Todo el mundo fuera! Cuando empezaba a salir la gente, empezaba a poner la mano sobre las cabezas de las personas y fue contando 1 ... 2 ... 3 ... Nos pegó una bronca increíble, pero me lo pasé muy bien"
“Cuando salga, cuando salga... lo que me gustaría es hacer un curso de jardinería o auxiliar de enfermería, tener un trabajo e ir ahorrando céntimos, para más adelante comprarme una casa en medio de la montaña. Después vivir allí, olvidarme de la gente y estar más tranquilo...”
Silva nació en el norte de Brasil aunque se crió en Sao Paulo. Él nunca tuvo intención de estar en nuestro país.
“Un mal del destino, yo me iba a Turquía, no, en Turquía hacía escala, me iba a Japón a llevar una cosa que tenía. Por casualidad de la vida, pasé por aquí y algo salió mal y aquí estoy. Pero no es porque quiero, ni porque he buscado estar en España, simplemente aquí estoy, mala suerte.”
“No te puedo decir la impresión del pueblo español porque yo no estuve en la calle, ¿sabes? De momento aquí mi impresión es la cárcel. Me pensaba que era muy peligroso, rollo la cárcel de mi país, que la gente se mataba y eso. Y no, totalmente distinto, está todo muy tranquilo. (…) Cuando llegué a la Trinidad tuve un problema con un marroquí, y yo pensaba que tenía que matarme a puñaladas con él para ganarme el respeto. Tenía la mentalidad de mi país, ¿sabes? Y no, simplemente nos tuvieron que encerrar y ya. (…) Es muy diferente a mi país. Caí preso a los 17 en un centro de menores ahí, y en la primera pelea ya me apuñalaron. Después tuve que apuñalarle para ganarme el respeto. Solo estuve cinco meses y me apuñalaron, me llevaron desmayado a la enfermería, otra vez me partieron la cabeza… ¡Y en cinco meses!”
“Siempre se regresa a la tierra de donde uno vino. Está claro, tengo mucho camino atrasado, por eso tengo que volver con mi familia, con mis raíces.”
En la cárcel de Jóvenes de Catalunya, el 75% de los presos son inmigrantes de fuera de Europa, según datos oficiales. Del 25% restante, la mitad son europeos de origen extracomunitario. Entonces, nos encontramos con un dato aplastante dentro de la cárcel de Jóvenes de Cataluña: el 87,5% de los presos es de origen extranjero, casualmente, el colectivo con menos recursos económicos de nuestra sociedad.
Estas imágenes no tienen autor. Es casi imposible saber quién es el creador de cada uno de estos negativos de 6cm x 6cm, porque las 12 sesiones fotográficas en las que se hicieron las imágenes se desarrollaron en lo que, desde fuera, podría parecer un gran caos. Los fotógrafos se alternaban detrás de la cámara Bronica, hacían dos o tres tomas a presos de diferentes orígenes, y en pocos segundos aparecía un nuevo ojo detrás del visor. El resto del grupo medía la luz, movía focos o daba ideas al modelo. Cuando se terminaba el carrete, se terminaba la sesión.
Hacer un proyecto de retratos de medio formato no pretende ser la réplica fiel de la gran multiculturalidad que hay tras de los muros de nuestras cárceles. Este proyecto fue una simple excusa para juntar durante un rato a chicos de diferentes orígenes en un improvisado plató fotográfico, y hablar. Hablar de sus historias, de sus viajes, de sus recuerdos, de sus tierras. Testimonios que nos enseñan que el mundo no es blanco y negro, que no hay buenos y malos, sino que todo, por suerte, es más complejo.
Estas fotos y vídeos son el resultado de dejar medio olvidadas una cámara fotográfica y otra de vídeo encima de una mesa mientras se realizaba el proyecto “12×12 Migración y cárceles”. Cualquier interno que se encontrara desocupado, y con ánimos, podía coger la cámara y documentar lo que sucedía a su alrededor sin pretensión ninguna.
El resultado son estas imágenes que nos ilustran algunos mementos de cómo es el proceso de creación dentro de una cárcel. En un improvisado plató fotográfico, en la única aula casualmente vacía de la escuela de la Cárcel de Jóvenes de Catalunya, los mismos presos habían decidido realizar una serie de retratos psicológicos a internos de diferentes orígenes para mostrar que casi el 90% de internos es de origen migrante.
Felipe Mejías López
Penitentes de la hermandad de la Dolorosa posan junto a la imagen de su Virgen en la Semana Santa de Aspe (España). Marzo de 1929.
(Fotógrafo desconocido, sobre fotografía de Felipe Mejías, marzo de 2015).
Recuerdos de papel. Eso serán siempre las fotografías pese a que la irrupción de lo digital en el mundo de la imagen haya cambiado en los últimos años el soporte donde se almacenan esos recuerdos. En cualquier caso, tanto si se encuentran pegadas en un álbum, amontonadas sin orden en una vieja caja de galletas, o dentro de una carpeta virtual oculta en el rincón más oscuro del disco duro de nuestro ordenador, la construcción de nuestra memoria le debe mucho a esas imágenes pintadas de blanco y negro o con colores desvaídos. De ese modo, muchas veces podemos reconstruir la anatomía exacta de un lugar en el que estuvimos, o volver a sentir cómo miraba un amigo o un familiar al que ya nunca veremos, porque tenemos la posibilidad de encontrarnos de nuevo con ellos sólo con volver a contemplar esos retales cuadrangulares de cartón. La tarjeta de memoria o el smartphone pertenecen ya a otro universo visual, todavía sin historia pero esclavo del futuro, súbdito de una dictadura que impone la inmediatez como objetivo y el deseo compulsivo de devorar a dentelladas, sin pausa, esa realidad apabullante que nos rodea. Como si de un momento a otro todo fuera a desaparecer de repente y para siempre.
Las fotografías nos traen de vuelta aquello que fuimos, en un constante auxilio gráfico, palpable y evidente, que se retroalimenta con nuestra mirada como un fósil al que insufláramos vida de nuevo sólo al ser contemplado. El verlas nos hace crecer porque, lo queramos o no, acabamos reconociéndonos en ellas, en cierto modo ya convertidos en unos extraños a los que cada vez nos cuesta más identificar: pero estamos ahí, no hay duda, participando como actores entusiastas o tal vez accionando el disparador detrás de la cámara. Y esa certeza visual, tangible, unida a la seguridad de que el tiempo ha pasado porque recordamos, forma un cemento sensorial muy potente que une y da sentido a nuestras biografías.
Pero si abrimos el enfoque y contemplamos como un todo los innumerables archivos fotográficos de índole privada −y por ello, totalmente desconocidos− que se han ido produciendo desde que se inventó la fotografía, y que existen diseminados en nuestro ámbito inmediato (no sólo a nivel familiar o vecinal, sino incluso en la macro escala de la ciudad o comarca en la que vivimos), entonces esas imágenes comienzan a convertirse en algo más que un repertorio de recuerdos personales para ganar la categoría de objetos culturales. Y como tales, por la información de carácter histórico, antropológico y etnológico que contienen, estas fotografías se convierten en objetos únicos e irrepetibles, merecedores de ser recopilados, estudiados y publicados, igual que haríamos con los materiales procedentes de una excavación arqueológica o los documentos escritos que se guardan en un archivo histórico. Finalmente, quienes trabajamos con este tipo de imágenes consideramos un acto de justicia social el devolverlas a la comunidad que las generó, a la que realmente pertenecen, pero enriquecidas ahora con esa nueva jerarquía que han adquirido al ser transformadas en objeto de estudio y conocimiento, patrimonializadas en definitiva. Se convierten así en la memoria gráfica y sentimental de todo un colectivo, que ve de esta manera reforzada la cohesión entre sus miembros.
Iniciativas de esta índole existen por doquier, aunque no siempre consiguen explotar todo el potencial que la fotografía antigua atesora. La creación de equipos de trabajo multidisciplinares, en los que no pueden faltar historiadores y etnólogos conocedores de la intrahistoria local, puede ser una de las claves del éxito de este tipo de publicaciones, que de otro modo acaban convertidas en meros catálogos repletos de imágenes huérfanas de contenido, en galerías macabras donde se exponen muertas, como embalsamadas, fotografías anónimas, desconocidas. En meros fetiches.
Un pequeño ejemplo de publicación local que, utilizando la fotografía antigua como argumento axial, ha obtenido a nuestro juicio un resultado satisfactorio, podría ser el proyecto La Memoria Rescatada. Fotografía y sociedad en Aspe 1870-1976. En un trabajo de campo iniciado en 1996 y todavía en marcha, se han recuperado y documentado por el momento cerca de 4.000 imágenes, rescatadas y seleccionadas de entre el repertorio fotográfico privado generado durante más de un siglo por una pequeña comunidad urbana del sureste español. La clasificación de las fotografías en 24 ámbitos temáticos diferentes no impide sin embargo perder de vista la transversalidad de los contenidos que emanan de las imágenes, que se encuentran preñadas de matices compartidos de carácter sociológico, antropológico e histórico.
Nazarenos portando a hombros la cruz durante la procesión matinal del Viernes Santo en Aspe (España).
(Fotógrafo desconocido, hacia 1955/ Felipe Mejías, marzo de 2015).
Desde el punto de vista de un historiador y arqueólogo, y disponiendo de una materia prima tan valiosa entre las manos, habría sido imperdonable no intentar dar un paso más allá para experimentar nuevas formas de acercamiento al conocimiento del pasado. Y es entonces cuando entra en acción la refotografía.
No descubriremos aquí que existen verdaderos maestros de esta disciplina relativamente joven. Con la obra de Mark Klett o Camilo José Vergara únicamente se pueden hacer dos cosas: mirar y aprender. Junto a ellos, Sergey Larenkov, Ricard Martínez, Hebe Robinson, Irina Werning, Gustavo Germano y Douglas Levere están ofreciendo trabajos que rayan el techo de la poesía visual. Muchos de ellos también pisan el terreno de la denuncia social y política, dejando muy claro que la refotografía no es tan sólo un divertimento puramente técnico o estético, sino una herramienta que nos ayuda a detenernos y reflexionar sobre los daños colaterales que van asociados al devenir de los años.
Pero ¿por qué la refotografía? Para alguien que piensa continuamente en las consecuencias y el significado del paso del tiempo, resulta especialmente gratificante intervenir en el proceso de crear, utilizando la fotografía, una ficción inalcanzable: la de conseguir un único instante fundiendo el pasado con el presente, jugando como un dios travieso en busca del viejo anhelo de la inmortalidad. Decía Cernuda: “[...] los tiempos son idénticos / distintas las miradas [...]”, y algo de esa inspiración subyace bajo el fin último de la refotografía. Intentar detener el tiempo, entremezclarlo, percibirlo sin que haya pasado, o más bien como si no lo hubiera hecho. Hacerlo dúctil, manejable, cíclico. Es un ejercicio casi heroico −diríase que hasta obsesivo− que va más allá del ensayo puramente visual, o del trampantojo manierista que deja ver a poco que se mire lo artificioso del engaño. Se trata de volver a fotografiar lo que otros ojos vieron antes que los nuestros, desde el mismo lugar, en el mismo instante, con la misma técnica. Como si hubiéramos resucitado al fotógrafo que ideó aquella toma y lo tuviéramos a nuestro lado, susurrándonos al oído el enfoque correcto. Si además lo hacemos en el lugar donde hemos nacido y crecido, entonces podemos sublimar el componente nostálgico que toda refotografía acaba conteniendo de manera inevitable: estar justamente ahora donde otro estuvo mucho antes, como él, viendo, tocando, oliendo lo mismo. Sintiendo igual que él. Siendo él.
La superposición, el contraste, el recrearse con las transparencias viendo cómo afloran los diferentes estratos de memoria depositados por los años, contribuyen a la tarea de producir la ilusión de que la imagen antigua y la actual son en realidad caras diferentes de una misma realidad. Se genera un nuevo discurso donde el enfrentamiento evidente entre el pasado y el presente, entre lo que permanece y lo que ya no está, corre el riesgo de encallar en la anécdota. Y aun así, sólo con esto tal vez ya sería suficiente. Pero también se puede intentar algo más: construir una jaula imaginaria en la que podemos encerrar dos instantes similares separados por el tiempo esperando que cohabiten, tal vez para acabar formando un solo momento. Como en el mito de Frankenstein, parimos monstruos imposibles, de dos cabezas, como siameses bien avenidos que hubieran de compartir para siempre distintos momentos de una misma existencia. Y les damos voz, y hasta la posibilidad de gritarnos y hacernos ver lo que esconden; sus arrugas; cómo ha envejecido ese espacio, esa persona; y qué guardan todavía de lo que una vez llegaron a ser. No siempre triunfa el experimento, pero a veces se consigue y se acaba formando una escena donde todo está encajado maravillosamente, donde las formas se perpetúan y entrecruzan sin distinguir épocas, donde los grises y el color se funden formando una única luz. Como un pequeño milagro que quedara fijado en un equilibrio sutil, cristalino, casi imperceptible.
Aunque no nos engañemos. En realidad todo es siempre pasado. Pasado inalcanzable. Y a pesar de ello queremos pensar que la refotografía nos ofrece la posibilidad de volver a visitarlo para repensarlo e intentar transfundirle un soplo de vida. Como si pudiéramos, pobres ilusos, traerlo de vuelta a un lugar y un momento del que en realidad nunca se hubiera ido.
Penitentes de la hermandad de la Dolorosa posan junto a la imagen de su Virgen en la Semana Santa de Aspe (España). Marzo de 1929.
(Fotógrafo desconocido, sobre fotografía de Felipe Mejías, marzo de 2015).
Recuerdos de papel. Eso serán siempre las fotografías pese a que la irrupción de lo digital en el mundo de la imagen haya cambiado en los últimos años el soporte donde se almacenan esos recuerdos. En cualquier caso, tanto si se encuentran pegadas en un álbum, amontonadas sin orden en una vieja caja de galletas, o dentro de una carpeta virtual oculta en el rincón más oscuro del disco duro de nuestro ordenador, la construcción de nuestra memoria le debe mucho a esas imágenes pintadas de blanco y negro o con colores desvaídos. De ese modo, muchas veces podemos reconstruir la anatomía exacta de un lugar en el que estuvimos, o volver a sentir cómo miraba un amigo o un familiar al que ya nunca veremos, porque tenemos la posibilidad de encontrarnos de nuevo con ellos sólo con volver a contemplar esos retales cuadrangulares de cartón. La tarjeta de memoria o el smartphone pertenecen ya a otro universo visual, todavía sin historia pero esclavo del futuro, súbdito de una dictadura que impone la inmediatez como objetivo y el deseo compulsivo de devorar a dentelladas, sin pausa, esa realidad apabullante que nos rodea. Como si de un momento a otro todo fuera a desaparecer de repente y para siempre.
Las fotografías nos traen de vuelta aquello que fuimos, en un constante auxilio gráfico, palpable y evidente, que se retroalimenta con nuestra mirada como un fósil al que insufláramos vida de nuevo sólo al ser contemplado. El verlas nos hace crecer porque, lo queramos o no, acabamos reconociéndonos en ellas, en cierto modo ya convertidos en unos extraños a los que cada vez nos cuesta más identificar: pero estamos ahí, no hay duda, participando como actores entusiastas o tal vez accionando el disparador detrás de la cámara. Y esa certeza visual, tangible, unida a la seguridad de que el tiempo ha pasado porque recordamos, forma un cemento sensorial muy potente que une y da sentido a nuestras biografías.
Pero si abrimos el enfoque y contemplamos como un todo los innumerables archivos fotográficos de índole privada −y por ello, totalmente desconocidos− que se han ido produciendo desde que se inventó la fotografía, y que existen diseminados en nuestro ámbito inmediato (no sólo a nivel familiar o vecinal, sino incluso en la macro escala de la ciudad o comarca en la que vivimos), entonces esas imágenes comienzan a convertirse en algo más que un repertorio de recuerdos personales para ganar la categoría de objetos culturales. Y como tales, por la información de carácter histórico, antropológico y etnológico que contienen, estas fotografías se convierten en objetos únicos e irrepetibles, merecedores de ser recopilados, estudiados y publicados, igual que haríamos con los materiales procedentes de una excavación arqueológica o los documentos escritos que se guardan en un archivo histórico. Finalmente, quienes trabajamos con este tipo de imágenes consideramos un acto de justicia social el devolverlas a la comunidad que las generó, a la que realmente pertenecen, pero enriquecidas ahora con esa nueva jerarquía que han adquirido al ser transformadas en objeto de estudio y conocimiento, patrimonializadas en definitiva. Se convierten así en la memoria gráfica y sentimental de todo un colectivo, que ve de esta manera reforzada la cohesión entre sus miembros.
Iniciativas de esta índole existen por doquier, aunque no siempre consiguen explotar todo el potencial que la fotografía antigua atesora. La creación de equipos de trabajo multidisciplinares, en los que no pueden faltar historiadores y etnólogos conocedores de la intrahistoria local, puede ser una de las claves del éxito de este tipo de publicaciones, que de otro modo acaban convertidas en meros catálogos repletos de imágenes huérfanas de contenido, en galerías macabras donde se exponen muertas, como embalsamadas, fotografías anónimas, desconocidas. En meros fetiches.
Un pequeño ejemplo de publicación local que, utilizando la fotografía antigua como argumento axial, ha obtenido a nuestro juicio un resultado satisfactorio, podría ser el proyecto La Memoria Rescatada. Fotografía y sociedad en Aspe 1870-1976. En un trabajo de campo iniciado en 1996 y todavía en marcha, se han recuperado y documentado por el momento cerca de 4.000 imágenes, rescatadas y seleccionadas de entre el repertorio fotográfico privado generado durante más de un siglo por una pequeña comunidad urbana del sureste español. La clasificación de las fotografías en 24 ámbitos temáticos diferentes no impide sin embargo perder de vista la transversalidad de los contenidos que emanan de las imágenes, que se encuentran preñadas de matices compartidos de carácter sociológico, antropológico e histórico.
Nazarenos portando a hombros la cruz durante la procesión matinal del Viernes Santo en Aspe (España).
(Fotógrafo desconocido, hacia 1955/ Felipe Mejías, marzo de 2015).
Desde el punto de vista de un historiador y arqueólogo, y disponiendo de una materia prima tan valiosa entre las manos, habría sido imperdonable no intentar dar un paso más allá para experimentar nuevas formas de acercamiento al conocimiento del pasado. Y es entonces cuando entra en acción la refotografía.
No descubriremos aquí que existen verdaderos maestros de esta disciplina relativamente joven. Con la obra de Mark Klett o Camilo José Vergara únicamente se pueden hacer dos cosas: mirar y aprender. Junto a ellos, Sergey Larenkov, Ricard Martínez, Hebe Robinson, Irina Werning, Gustavo Germano y Douglas Levere están ofreciendo trabajos que rayan el techo de la poesía visual. Muchos de ellos también pisan el terreno de la denuncia social y política, dejando muy claro que la refotografía no es tan sólo un divertimento puramente técnico o estético, sino una herramienta que nos ayuda a detenernos y reflexionar sobre los daños colaterales que van asociados al devenir de los años.
Pero ¿por qué la refotografía? Para alguien que piensa continuamente en las consecuencias y el significado del paso del tiempo, resulta especialmente gratificante intervenir en el proceso de crear, utilizando la fotografía, una ficción inalcanzable: la de conseguir un único instante fundiendo el pasado con el presente, jugando como un dios travieso en busca del viejo anhelo de la inmortalidad. Decía Cernuda: “[...] los tiempos son idénticos / distintas las miradas [...]”, y algo de esa inspiración subyace bajo el fin último de la refotografía. Intentar detener el tiempo, entremezclarlo, percibirlo sin que haya pasado, o más bien como si no lo hubiera hecho. Hacerlo dúctil, manejable, cíclico. Es un ejercicio casi heroico −diríase que hasta obsesivo− que va más allá del ensayo puramente visual, o del trampantojo manierista que deja ver a poco que se mire lo artificioso del engaño. Se trata de volver a fotografiar lo que otros ojos vieron antes que los nuestros, desde el mismo lugar, en el mismo instante, con la misma técnica. Como si hubiéramos resucitado al fotógrafo que ideó aquella toma y lo tuviéramos a nuestro lado, susurrándonos al oído el enfoque correcto. Si además lo hacemos en el lugar donde hemos nacido y crecido, entonces podemos sublimar el componente nostálgico que toda refotografía acaba conteniendo de manera inevitable: estar justamente ahora donde otro estuvo mucho antes, como él, viendo, tocando, oliendo lo mismo. Sintiendo igual que él. Siendo él.
La superposición, el contraste, el recrearse con las transparencias viendo cómo afloran los diferentes estratos de memoria depositados por los años, contribuyen a la tarea de producir la ilusión de que la imagen antigua y la actual son en realidad caras diferentes de una misma realidad. Se genera un nuevo discurso donde el enfrentamiento evidente entre el pasado y el presente, entre lo que permanece y lo que ya no está, corre el riesgo de encallar en la anécdota. Y aun así, sólo con esto tal vez ya sería suficiente. Pero también se puede intentar algo más: construir una jaula imaginaria en la que podemos encerrar dos instantes similares separados por el tiempo esperando que cohabiten, tal vez para acabar formando un solo momento. Como en el mito de Frankenstein, parimos monstruos imposibles, de dos cabezas, como siameses bien avenidos que hubieran de compartir para siempre distintos momentos de una misma existencia. Y les damos voz, y hasta la posibilidad de gritarnos y hacernos ver lo que esconden; sus arrugas; cómo ha envejecido ese espacio, esa persona; y qué guardan todavía de lo que una vez llegaron a ser. No siempre triunfa el experimento, pero a veces se consigue y se acaba formando una escena donde todo está encajado maravillosamente, donde las formas se perpetúan y entrecruzan sin distinguir épocas, donde los grises y el color se funden formando una única luz. Como un pequeño milagro que quedara fijado en un equilibrio sutil, cristalino, casi imperceptible.
Aunque no nos engañemos. En realidad todo es siempre pasado. Pasado inalcanzable. Y a pesar de ello queremos pensar que la refotografía nos ofrece la posibilidad de volver a visitarlo para repensarlo e intentar transfundirle un soplo de vida. Como si pudiéramos, pobres ilusos, traerlo de vuelta a un lugar y un momento del que en realidad nunca se hubiera ido.
Alvaro Deprit
Había una fotografía en casa con la imagen de mi familia andaluza que despertaba mi curiosidad y me hacía quedarme mirándola durante horas. Con el paso del tiempo esta fotografía me ha dado la oportunidad de formarme una imagen sobre cómo podría ser Andalucía.
Al-Andalus es el resultado de aproximadamente tres años de investigación en el sur de España, una zona que no conocía y en la que nunca había vivido, pero que es el lugar de origen de mi familia y su residencia actual.
Mi interés inicial se centró en la tensión que se podía observar entre la tradición y las marcas de un mundo globalizado. Andalucía es el resultado de una compleja estratificación cultural, consecuencia del paso de civilizaciones que con el tiempo, dieron origen a una identidad híbrida que logró conservar las características estereotipadas de la cultura española.
Mi aventura por Andalucía en estos momentos en que ha sido duramente golpeada por la crisis económica me ha hecho reflexionar sobre el impacto que han tenido los diversos elementos en este lugar - una tierra que, según mi percepción, parece pender de una balanza, en un estado que raya entre la realidad y la ficción, como en el trasfondo de una película.
No ha sido mi intención reproducir los aspectos tangibles del lugar, sino dar forma a un cúmulo de recuerdos e impresiones que nacieron de mi historia personal, o de algo inconcluso. Las imágenes reflejan apariciones manifiestas cuya existencia es un misterio, mientras que por otro lado, el misterio es algo real en la mente a través del desarrollo y la repetida y variada transposición de los elementos que integran los recuerdos.
Había una fotografía en casa con la imagen de mi familia andaluza que despertaba mi curiosidad y me hacía quedarme mirándola durante horas. Con el paso del tiempo esta fotografía me ha dado la oportunidad de formarme una imagen sobre cómo podría ser Andalucía.
Al-Andalus es el resultado de aproximadamente tres años de investigación en el sur de España, una zona que no conocía y en la que nunca había vivido, pero que es el lugar de origen de mi familia y su residencia actual.
Mi interés inicial se centró en la tensión que se podía observar entre la tradición y las marcas de un mundo globalizado. Andalucía es el resultado de una compleja estratificación cultural, consecuencia del paso de civilizaciones que con el tiempo, dieron origen a una identidad híbrida que logró conservar las características estereotipadas de la cultura española.
Mi aventura por Andalucía en estos momentos en que ha sido duramente golpeada por la crisis económica me ha hecho reflexionar sobre el impacto que han tenido los diversos elementos en este lugar - una tierra que, según mi percepción, parece pender de una balanza, en un estado que raya entre la realidad y la ficción, como en el trasfondo de una película.
No ha sido mi intención reproducir los aspectos tangibles del lugar, sino dar forma a un cúmulo de recuerdos e impresiones que nacieron de mi historia personal, o de algo inconcluso. Las imágenes reflejan apariciones manifiestas cuya existencia es un misterio, mientras que por otro lado, el misterio es algo real en la mente a través del desarrollo y la repetida y variada transposición de los elementos que integran los recuerdos.
Álvaro Laiz y David Rengel / AnHua
A principios de los años 90 en Uganda los cadáveres se acumulaban en las morgues y nadie sabía qué estaba pasando. En esos días, cuando parecía que la esperanza se había escapado de aquella tierra, unas pocas mujeres infectadas por el virus decidieron sembrarla, no para ellas sino para sus hijos. Así nació Nacwola, en el Congreso Internacional sobre mujeres con VIH que se celebró en Amsterdam en 1992, las tres fundadoras murieron de sida en los años posteriores, pero su legado fue un rayo de luz en los días más oscuros. Con ayuda de profesionales de la salud y la psicología europeos decidieron poner por escrito lo que jamás podrían contar a sus niños en vida y crearon los Memory Books estos libros son sus memorias, nos hablan de ellas, del futuro que quieren para sus hijos y siempre llenan las páginas de palabras de cariño y afecto, una guía materna desde el más allá, un manual de supervivencia para niños perdidos ya que más del 12% de la población infantil del África Subsahariana perderá a uno o más de sus progenitores durante los próximos 12 meses quedando solos. Como cuenta Gladys responsable del proyecto Memory Books en Luwero localidad del centro del país, “cada uno es especial y muy personal, aunque siguen un patrón común que incluye fotografías familiares, recuerdos y un árbol genealógico, con este libro animamos a los adultos a escuchar a sus hijos, a hablarles con franqueza de su enfermedad".
El proyecto es como una gran familia que se ayuda afectiva y económicamente en la lucha diaria para sobrevivir. Madres, huérfanos y abuelas, muchos de ellos desplazados de la guerra interna con el LRA (Ejército de Resistencia del Señor). Con el 35% de la población infectada y 2 millones de huérfanos, en un país donde se practica la poligamia y se mantiene la dote, estas mujeres luchan contra el estigma del Sida y no temen a nada. NACWOLA y su proyecto les ha devuelto la esperanza.
*ANHUA fue creada en 2010. El nombre está tomado de un término chino que significa “lo que sólo se ve al incidir la luz sobre ella”. Su filosofía descansa sobre un pilar fundamental, los olvidados. Olvidados por cualquier motivo, por guerras, por desplazamientos, por amenazas, por cualquier violación de los derechos humanos. Sin embargo, y a pesar de estar olvidados, existen. Por ello, a través del poder de comunicación de la imagen y la palabra, queremos mostrar cuál es o ha sido el recorrido vital de estas personas desde que dejaron de ser foco de atención de los medios de comunicación hasta hoy. En la actualidad AnHua desde su proyecto Memory Books colabora en la construcción de un hogar escuela en el norte de Uganda, en la zona donde la guerra civil ha causado los mayores problemas sociales. Esta zona también tiene una gran problemática con el sida y el número de niños enfermos y huérfanos es muy grande. La asociación ugandesa Hope Development Initiative que pertenece a la red de Nacwola es la impulsora de este proyecto y trabaja en España a través de AnHua, que espera poder continuarlo, bien con ayuda directa o con apadrinamientos a los niños afectados.
A principios de los años 90 en Uganda los cadáveres se acumulaban en las morgues y nadie sabía qué estaba pasando. En esos días, cuando parecía que la esperanza se había escapado de aquella tierra, unas pocas mujeres infectadas por el virus decidieron sembrarla, no para ellas sino para sus hijos. Así nació Nacwola, en el Congreso Internacional sobre mujeres con VIH que se celebró en Amsterdam en 1992, las tres fundadoras murieron de sida en los años posteriores, pero su legado fue un rayo de luz en los días más oscuros. Con ayuda de profesionales de la salud y la psicología europeos decidieron poner por escrito lo que jamás podrían contar a sus niños en vida y crearon los Memory Books estos libros son sus memorias, nos hablan de ellas, del futuro que quieren para sus hijos y siempre llenan las páginas de palabras de cariño y afecto, una guía materna desde el más allá, un manual de supervivencia para niños perdidos ya que más del 12% de la población infantil del África Subsahariana perderá a uno o más de sus progenitores durante los próximos 12 meses quedando solos. Como cuenta Gladys responsable del proyecto Memory Books en Luwero localidad del centro del país, “cada uno es especial y muy personal, aunque siguen un patrón común que incluye fotografías familiares, recuerdos y un árbol genealógico, con este libro animamos a los adultos a escuchar a sus hijos, a hablarles con franqueza de su enfermedad".
El proyecto es como una gran familia que se ayuda afectiva y económicamente en la lucha diaria para sobrevivir. Madres, huérfanos y abuelas, muchos de ellos desplazados de la guerra interna con el LRA (Ejército de Resistencia del Señor). Con el 35% de la población infectada y 2 millones de huérfanos, en un país donde se practica la poligamia y se mantiene la dote, estas mujeres luchan contra el estigma del Sida y no temen a nada. NACWOLA y su proyecto les ha devuelto la esperanza.
*ANHUA fue creada en 2010. El nombre está tomado de un término chino que significa “lo que sólo se ve al incidir la luz sobre ella”. Su filosofía descansa sobre un pilar fundamental, los olvidados. Olvidados por cualquier motivo, por guerras, por desplazamientos, por amenazas, por cualquier violación de los derechos humanos. Sin embargo, y a pesar de estar olvidados, existen. Por ello, a través del poder de comunicación de la imagen y la palabra, queremos mostrar cuál es o ha sido el recorrido vital de estas personas desde que dejaron de ser foco de atención de los medios de comunicación hasta hoy. En la actualidad AnHua desde su proyecto Memory Books colabora en la construcción de un hogar escuela en el norte de Uganda, en la zona donde la guerra civil ha causado los mayores problemas sociales. Esta zona también tiene una gran problemática con el sida y el número de niños enfermos y huérfanos es muy grande. La asociación ugandesa Hope Development Initiative que pertenece a la red de Nacwola es la impulsora de este proyecto y trabaja en España a través de AnHua, que espera poder continuarlo, bien con ayuda directa o con apadrinamientos a los niños afectados.
Victor Enrich
En el 2013 Enrich realizo NHDK, una serie de 88 imágenes - una para cada tecla del piano clásico - que explora las diversas posibilidades formales del NH Deutscher Kaiser Hotel en Munich, Alemania.
Me pareció hermoso para conectar dos disciplinas artísticas distintas, tales como la fotografía y la gráfica digital con el piano. —Victor Enrich.
En el 2013 Enrich realizo NHDK, una serie de 88 imágenes - una para cada tecla del piano clásico - que explora las diversas posibilidades formales del NH Deutscher Kaiser Hotel en Munich, Alemania.
Me pareció hermoso para conectar dos disciplinas artísticas distintas, tales como la fotografía y la gráfica digital con el piano. —Victor Enrich.
Álvaro Sánchez-Montañés
El fin de la Primera Guerra Mundial supuso el cese de la explotación de las minas de Kolmannskuppe, en el desierto de Namibia, que habían sido, durante más de dos décadas, uno de los asentamientos más florecientes del África meridional. En aquel tiempo de esplendor, los colonos alemanes que administraban las minas construyeron peculiares residencias evocando las de su Baviera natal, tanto en la forma arquitectónica como en la decoración. El cierre y la marcha de los habitantes llevaron a Kolmanskuppe a convertirse en una ciudad fantasma engullida por la arena. La serie Desierto interior, se adentra en esas casas abandonadas al desierto para descubrirnos el hechizo sereno que habita sus estancias.
El fin de la Primera Guerra Mundial supuso el cese de la explotación de las minas de Kolmannskuppe, en el desierto de Namibia, que habían sido, durante más de dos décadas, uno de los asentamientos más florecientes del África meridional. En aquel tiempo de esplendor, los colonos alemanes que administraban las minas construyeron peculiares residencias evocando las de su Baviera natal, tanto en la forma arquitectónica como en la decoración. El cierre y la marcha de los habitantes llevaron a Kolmanskuppe a convertirse en una ciudad fantasma engullida por la arena. La serie Desierto interior, se adentra en esas casas abandonadas al desierto para descubrirnos el hechizo sereno que habita sus estancias.